Nos guste o no la pornografía representa actualmente un producto universal y de fácil acceso; la gran pregunta es: ¿qué tan impregnados estamos de esta industria? Para revelar algunos datos sobre el asunto, alumnos de la carrera de Psicología de la Universidad Santo Tomás de Aquino (Unsta) realizaron una investigación a nivel local.

Dentro de un proyecto mayor que involucra el análisis de diferentes hábitos de consumo a través de las redes sociales e internet, el grupo elaboró una encuesta digital dirigida a los jóvenes de 16 a 31 años.

Al cotejar las 321 respuestas obtenidas, el estudio demuestra que en nuestra provincia existen varias situaciones que despiertan alarma. “Como sorpresa inicial, nos llamó la atención el elevado número de gente que mira este tipo de material; el 80% afirmó que lo hacía. Al tratarse de una encuesta anónima quizás eso permitió que sean más abiertos al respecto”, señala Francisco Viejobueno, jefe de trabajos prácticos de la cátedra de Sociología en la cual se lleva a cabo el trabajo.

Dentro de ese porcentaje, los resultados muestran que el 53% de las personas acceden a material porno mediante plataformas web y el 46,7% lo hace a través de las redes sociales.

“Este consumo elevado se relaciona con la facilidad de acceso que existe gracias al celular o la computadora; literalmente la pornografía aparece al alcance de la mano y es más sencillo conseguirla que ignorarla”, destaca.

Oferta y demanda

En cuanto a la frecuencia en que se da play a los videos o fotos XXX, la encuesta revela que el 16,6% ve pornografía una vez a la semana, mientras el 29,8% lo hace varias veces y el 6,6% a diario. El resto (47%) recurre eventualmente a la actividad una o varias veces al mes.

Según Viejobueno, el hecho pone en evidencia lo que diversos autores denominan la pornificación de la cultura. “El componente erótico y lo sexual aparece todo el tiempo en las propagandas, la manera de vestirse de ciertos artistas o famosos, los videos que se vuelven tendencia, películas o series y en un montón más de esferas con las cuales se interactúa directa o indirectamente. Al haberse vuelto masivos estos consumos se naturalizan e incorporan a los hábitos sociales”, explica el psicólogo.

Es decir que aquello que antes nos llamaba la atención o que nos hacía algún ruido a nivel ético, moral o como una violación de la intimidad -de a poco- pasó a normalizarse.

“Ante la constante insistencia de esos estímulos, al final perdemos nuestra capacidad metafórica de interpretar la realidad y lo literal empieza a predominar. Por ejemplo, pensemos en los boleros que se escuchaban en los 60. En los temas existían connotaciones sexuales, pero las insinuaciones ocurrían en un plano abstracto, poético y/o velado por el lenguaje. Esa capacidad simbólica se perdió”, agrega.

Iniciación

Otro de los interrogantes de la encuesta apuntó a la edad en que sus participantes habían tomado un contacto inicial con la pornografía. Del total, el 37,2% aseguró haber arrancado en el rango de 11 a 13 años; seguido por el 29,8% entre los 15 y los 18. A ese número se le suma el 6% de espectadores antes de los 10 y el 7%, luego de los 18 años.

Además de abrir la puerta a posibles situaciones de ciberacoso o grooming, el registro demuestra la vulnerabilidad de los niños y adolescentes hacia esta clase de contenidos. “El resultado de estos descubrimientos a una corta edad puede afectar el desarrollo neuropsicológico de los chicos, su funcionamiento sexual y desencadenar trastornos de hipersexualidad. Esto se debe a que aún están en pleno proceso de desarrollo físico, emocional, cognitivo y moral. Sus habilidades de procesamiento están inacabadas y, por esa razón, separar la realidad de ficción les cuesta mucho más”, explica.

Ante la falta de educación sexoafectiva por parte de sus familias, el profesional resalta que la pornografía se vuelve una fuente de aprendizaje informal que refuerza ansiedades, expectativas poco realizables y conductas de cosificación o aislamiento.

Adicción

Acorde a Viejobueno, esta exposición permanente a materiales pornográficos puede generar adicción y alterar en última instancia nuestra vida vincular.

Una consulta alusiva al tema, derivó en que el 78,5% de los encuestados desconocía las consecuencias negativas de esta conducta compulsiva sobre la salud.

“Hay estudios científicos que marcan como las conductas adictivas están determinadas por la liberación de dopamina en el cerebro. Este proceso afecta el normal funcionamiento del lóbulo frontal; área encargada de las funciones cognitivas y conductuales. Cuando ocurre esta alteración nuestra capacidad para elaborar juicios y controlar impulsos queda también afectada”, resume el docente de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Unsta.